El bueno de Gurú Manuel, Gurú Manuel,…
Ese día tuve una actividad interior frenética. No se me quitaba de la cabeza aquel Gurú, el Gurú Manuel, hasta su nombre me sonaba bien. Gurú Manuel, Gurú Manuel,…recitaba una y otra vez en mi sesera. Aquello me parecía música extrasensorial. Un halo de paz inundaba mi ser como un halo de temporales inundaba un arrozal. Algo de lo que desconozco su razón, me decía que debía abandonar todo lo presente e ir en busca de Gurú Manuel, Gurú Manuel…
Dicho y hecho, no avisé a nadie, desaparecí. Cogí cuatro bártulos y me encaminé hacia la India en busca de un “nosequé” o un “nosequemás”. La energía fue tal que ese mismo día fue el primero de mi peregrinaje. Atrás quedaron un trabajo estable, una pila de vajilla en la cubeta pendiente de fregar y un intenso olor a pies que me acompañaba desde hace años. Lo dejé todo. Todo, menos la verruga. Ahora eran dos las frases que recitaba en mi mente: “Verruga” y “Gurú Manuel, Gurú Manuel…”. Repetid conmigo: “Verruga, verruga, Gurú Manuel, Gurú Manuel…” El camino no fue fácil. Hubo intensas situaciones y emociones que no tengo tiempo de relatar. Nunca me lo hubiera imaginado, pero es cierto, preguntando por un nosequé o, incluso, por un nosequemás llegas a todas partes. Y yo, llegué a la India. Concretamente a Bombay, al Taj Majal, bueno, al Taj Majal no, a una caseta entre improvisada y prefabricada que había a dos manzanas de tiempo. También comí castañas, no las recomiendo, las indias son amargas. Allí ví de lejos a Gurú Manuel, Gurú Manuel…
RIGOBERTO (R).- ¡Gurú Manuel, Gurú Manuel…! – recitaba en alto para llamar la atención del anciano.- ¡Gurú Manuel, Gurú Manuel…! – elevé el tono. Llegué a cantar. Se le veía despistado, como en trance. Estaba como en su mundo. Me paré, lo observé y descubrí el maravilloso mundo de ¡Gurú Manuel, Gurú Manuel…! Giró su cabeza lentamente hacia mí y me atornilló con sus ojos mirones. Se dirigió a mí con templanza y armonía. Me dijo:
¡GURÚ MANUEL, GURÚ MANUEL…!.(GM,GM,…).- Te esperaba. – me lo dijo muy lentamente. Creo que tardó tres minutos en decir esas dos palabras. Me esperaba pero, a la vez, no tenía ninguna prisa. Esos tres minutos fueron como si esos tres minutos fueran para mí tres minutos eternos.
R.- Vengo a que me cures esta verruga. – se la mostré. Cogió mi mano y se la acercó para observar la verruga. Estuvo tres minutos mirándola fijamente. Después levantó su cabeza y volvió a atornillar sus ojos en los míos. Después de tres minutos me dijo muy lentamente:
GM,GM,….- Te esperaba. – con el tiempo supe que ¡Gurú Manuel, Gurú Manuel…! después de alcanzar su máximo estado espiritual ralentizó su metabolismo al extremo de tener una pulsación cada tres minutos. Era en ese momento, cuando latía, cuando podía avanzar en su devenir. En ese momento me di cuenta de que lo de mi verruga iba para largo. Y efectivamente, pasé un largo tiempo con ¡Gurú Manuel, Gurú Manuel…!
Las enseñanzas de ¡Gurú Manuel, Gurú Manuel…! eran sencillas pero transcendentales. Para sus lecciones siempre utilizaba una misma frase. Con esa frase era suficiente. Daba igual el contexto en el que se diera. Él siempre encontraba el momento de colocar esa frase en cada situación y cuando la decía, desprendía una sabiduría que traspasaba lo racional. No sé si lo entendéis.
Os voy a poner un ejemplo:
Niños comunes de Bombay, hacen balones pero no juegan.
En cierta ocasión se acercaron por la caseta un grupo de niños comunes de la ciudad. Los niños son muy comunes en la ciudad de Bombay. Pertenecen a la casta descastada del niño común. Vagan por las calles en busca de alimento. Son niños con dientes o sin ellos que hacen balones pero no juegan. Se mostraron en la corta distancia al ¡Gurú Manuel, Gurú Manuel…! que permanecía en la inconsistencia de su kiosko. Empezaron a pedirle comida. Sobre todo pedían gusanitos, cantimploras verdes y gominolas. No querían ningún cuento, ni ningún fascículo coleccionable, ni tan siquiera una postal. Sólo comida. El anciano no pestañeaba. Los niños no paraban de llamar su atención. Se acercaban cada vez más a la ventanilla del kiosco con una mezcla de ansiedad no contenida y temor. Tenían la comida a la vista pero allí estaba inmóvil el bueno de ¡Gurú Manuel, Gurú Manuel…! imponiendo con su presencia. Los niños ya no aguantaban más, los ruídos que hacían sus tripas estaban desacompasados y ningún favor hacían en aras de la armonía que sustentaba a ¡Gurú Manuel, Gurú Manuel…! Había uno muy moreno y muy nervioso. Común, pero nervioso. Se envalentonaba y desafiaba al maestro. De repente le echó una mano a una bolsa de gusanitos y sucedió. El ¡Gurú Manuel, Gurú Manuel…! traspasó la ventana de su chiringuito e impactó con su puño en los morros del pequeño y común niño de Bombay.
GM,GM….- Te esperaba. – tanto los niños comunes como yo nos arrodillamos delante de ¡Gurú Manuel, Gurú Manuel…! y lo adoramos. Habíamos aprendido una gran lección de la vida. Después de los dolores y las adoraciones me di cuenta que en una foto que le hice a los niños, que al comúnmente tildado por mí de nerviosillo, le había ventilado dos dientes. Y, al parecer, no era al primero que se lo hacía.
Pero a mí lo que verdaderamente me impactó en los morros, no fue ese seco, certero y experimentado puñetazo, fue que por primera vez, en todo mi peregrinar, algo me decía que ese viejo canoso inmóvil, que dice “Te esperaba” cada tres minutos, me iba a curar mi verruga del nudillo. Por cierto, su nombre me recuerda a una doncella castellana que se llamaba “Verruga del Nudillo”. También era manceba. Pero no nos desviemos del tema. Sin pensármelo, me planté delante de él y se la mostré. Él miraba hacia el infinito, yo creo que estaba haciendo tiempo para que se cumpliesen los tres minutos. Yo, nervioso, se la volví a mostrar y me salió un “¡Verruga!" un poco vehemente. Él descendió su vista hasta mi mano y dijo:
GM,GM….- ¿Verruga? Ja, ja, ja – una carcajada corta, nerviosa. Yo miré mi mano y Verruga del Nudillo había desaparecido. Silencio. Ruido. Silencio. Ruido. Era su devenir. Sentí como si mi camino terminara en ese momento. La meta física y mental estaba conseguida. Decidí volverme, cogí mis cuatro bártulos y cuando me estaba girando hacia el puerto enfilando mi camino de vuelta escuché:
GM,GM….- ¿Verruga? Ja, ja, ja – una carcajada corta, nerviosa. No me quise girar pero comprendí cómo ¡Gurú Manuel, Gurú Manuel…! había absorbido desde su interior a Verruga del Nudillo y se la había quedado. Ahora, una vez regresado a mi hogar, encontrado un nosequé y, sobre todo, un nosequemás, fregados los platos del fregadero, recuperado mi intenso olor a pies, me imagino que cada tres minutos ¡Gurú Manuel, Gurú Manuel…! soltará un:
GM,GM….- ¿Verruga? Ja, ja, ja – otra carcajada corta, nerviosa.
De Rigoberto, o reporteiro incerto, para HUMORRISKMAN.
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